Jules  

lunes, 14 de septiembre de 2009

Existe un problema.
Deseo follarme al mejor amigo de mi amante. Lo deseo ahora mismo y con vehemencia. Mi amante desconoce por completo mis pasiones respecto a su amigo, pero no me compartiría con él.
Lo sé.
El amigo de mi amante se llama Jules, y sé que me desea. Puedo comprenderlo por su forma de humedecerse los labios cuando me mira y me habla. Jules tiene una de esas sonrisas lobunas, de dientes blancos, grandes, y colmillos puntiagudos, y yo me mojo y ardo sólo de pensar en todo lo que podría hacerme con esa boca carnívora. Me obsesiono con hacerle reír o sonreír por el simple placer de atisbar un breve centelleo de sus dientes, y hay veces en las que se me para el corazón. Porque yo he nacido para ser devorada, pero es injusto que sólo pueda participar del festín una persona cada vez, y tres parece un número mágico.
Cuando estoy sola por las noches me pregunto si Jules se acariciará su hermosa polla universitaria pensando en mí, y espero fervientemente que así sea, espero que la tenga tan dura que le duela, y espero que su orgasmo sea mejor que todos los que ha tenido tirándose a otras mujeres, aunque lamento no poder aguardar, arrodillada ante él, a que se corra en mi boca, y agradecer la ofrenda como es debido; porque yo adoro tragármelo.
Lo imagino así, y me corro yo sola, con mis manos, acariciándome el coño tal y como llevo haciéndolo desde no sé ni cuándo, sus ojos grandes y verdosos mirándome, y distingo el momento exacto en el que toda la razón desaparece de su mirada para dejar paso a algo similar a la locura, que no es más que el puro impulso animal. Es delicioso observar este cambio en los ojos de un hombre.
A mí me gusta que me follen con cierta violencia.
Sospecho que Jules lo haría sin contemplaciones sin que yo se lo pidiera. Sospecho que disfrutaría tanto que una sóla vez no bastaría.
Sospecho que todo esto podría acabar verdaderamente mal.

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