Jim  

martes, 29 de septiembre de 2009

Mi amante se llama Jim, y es todo un dechado de virtudes. Lástima que todas esas virtudes sean las culpables de mi encarcelamiento voluntario; estoy condenada a él, y no existe forma de escapar. Y toda la culpa es suya por conseguir ponerme tan cachonda con su mera presencia.
Jim tiene unas manos grandes, musculosas, y de dedos largos y uñas pulcras y alargadas. Para una mujer como yo es duro reconocer sus debilidades ante el hombre que las porta; él lo sabe, y adora quebrantar mi orgullo dándome azotes en las nalgas siempre que tiene oportunidad; cuando lo hace, la palma se estrella sonoramente contra mi culo, y los dedos se curvan ligeramente contra la carne, como cinco látigos benefactores que se recrean casi imperceptiblemente en apretar mi carne. No hay nada como un azote de Jim.

-¿Te gusta que te dé azotes?-me pregunta al oído un día mientras follamos.
-Sí... sí, me gusta.
-¿Por qué?
-Porque... me lo merezco-jadeo yo. Entonces algo cambia en sus ojos y comienza a embestirme con rabia, y siento cómo su polla me abre en dos, me divide y me separa hasta llegar más allá de mi garganta, y casi siento que se me va a salir por la boca.
Y se corre mientras me susurra al oído lo puta que soy, y me pregunta si me parece bonito ponerle tan cachondo.

Las manos de Jim son un objeto de idolatría perfecto. Encarnan algo tan difícilmente descriptible como lo es la masculinidad. No es la belleza lo que me hace temblar las rodillas, no. La belleza impresiona un segundo, tal vez dos, pero no fascina. A mí lo que me fascina en un hombre es su masculinidad. Y muchas veces, ésta se condensa en las manos, y otras veces también en los ojos.
Un día viajo en autobús, y, sentado a mi lado hay un hombre más mayor que yo. No le he visto la cara, pero veo sus manos. Me pregunto qué cosas habrá hecho con esas manos. Me pregunto si esos dedos habrán acariciado coños mojados, si habrán provocado orgasmos, si habrán sido chupados ansiosamente como anticipo de una húmeda y lenta mamada. Me pregunto cómo sería sentirlas cerrarse sobre mis tetas. Mi coño se calienta. Pienso en las manos de Jim y mi coño se abre y se moja allí mismo, sin que el desconocido lo sepa.

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